Se quedó mirando su tarro de ocre lleno de hongos. Eso era el comienzo de una vida nueva, pero ¿era orgánica? ¿como una planta o como un hongo? Eran unos globos peludos que ya casi cubrían totalmente lo que quedaba de pintura ocre. Le había echado agua a la pintura y con el agua llegaron bacterias, hongos y todo lo que crece en el agua. El acrílico no se debe mezclar con agua y dejar en un tarro cerrado. Empiezan a crecer cosas. Cosas extrañas.
Estuvo a punto de enviar un mensaje de texto a un tipo que había conocido hace poco, pero mejor se lo dijo a sí misma: ¿qué mierda le pasó a mi pintura? Le hacía gracia, decir cosas así, pero también sabía que no sería para nada chistoso y seguro muy extraño. Sobretodo, se dijo, hacer algo así se vería como un pase. Y eso, no lo quería hacer. No le quedaba más que soñar; era lo que siempre decidía luego de que tenía estos impulsos de buscar a alguien que ni siquiera conocía. Si apenas se acordaba de su cara y mucho menos de su personalidad, sólo lo había visto un par de veces. Sabía que era un escape. Y egoísta de su parte, andar insinuándose así.
La Violeta tiene 30 años y está atrapada en un Refugio. Seguido entra en un estado de ensoñación romántica para olvidarse del lugar en que está. Le llaman refugio pero en realidad no tiene nada de hospitalario. Esto es una cárcel, pensaba, todo por culpa de los pendejos humanos que no supieron conservar lo que teníamos. Se lo comieron todo, lo ensuciaron todo. Todo se llenó de su mierda plástica.
Sentía una profunda antipatía por la gente, pensaba que todos eran unos idiotas. Tenía una rabia enorme, un odio sólido, óseo. Y era más evidente ahora que nadie se rebelaba así, todos se estaban acostumbrando al Refugio; habían encontrado una manera de olvidar lo que había ocurrido y se habían hecho un hogar. Pero su rabia la hacía sentir patética. Hasta su amigo Sri, un indio que había llegado hace dos años al Refugio parecía satisfecho y si él se sentía bien aquí, él, que era inteligente y sensible, entonces algo debía estar mal con ella que no se podía sentir a gusto. Seguido se comparaba así y en ese proceso sin fin se hundía más y más en su desprecio por si misma.
Sri había estudiado biología y tenía un doctorado en botánica por la Universidad de Harvard. Luego había estudiado música y sabía tocar piano y guitarra. Cuando cantaba, Violeta se ponía muy melancólica y no sabía porqué.
- Soy una patética, igual que todo el mundo.
- ¿Por qué dices eso? No te entiendo. No sé qué quieres decir con patética.
- Que doy lástima, vergüenza, por quejarme de algo que ya a nadie le importa. Soy una desadaptada, mala onda, negativa.
- ¿No que los pintores son desadaptados, de todos modos?
- Ja-ja.
- ¿No quieres sentirte desadaptada?
- No. Sí. No sé.
Estuvo a punto de enviar un mensaje de texto a un tipo que había conocido hace poco, pero mejor se lo dijo a sí misma: ¿qué mierda le pasó a mi pintura? Le hacía gracia, decir cosas así, pero también sabía que no sería para nada chistoso y seguro muy extraño. Sobretodo, se dijo, hacer algo así se vería como un pase. Y eso, no lo quería hacer. No le quedaba más que soñar; era lo que siempre decidía luego de que tenía estos impulsos de buscar a alguien que ni siquiera conocía. Si apenas se acordaba de su cara y mucho menos de su personalidad, sólo lo había visto un par de veces. Sabía que era un escape. Y egoísta de su parte, andar insinuándose así.
La Violeta tiene 30 años y está atrapada en un Refugio. Seguido entra en un estado de ensoñación romántica para olvidarse del lugar en que está. Le llaman refugio pero en realidad no tiene nada de hospitalario. Esto es una cárcel, pensaba, todo por culpa de los pendejos humanos que no supieron conservar lo que teníamos. Se lo comieron todo, lo ensuciaron todo. Todo se llenó de su mierda plástica.
Sentía una profunda antipatía por la gente, pensaba que todos eran unos idiotas. Tenía una rabia enorme, un odio sólido, óseo. Y era más evidente ahora que nadie se rebelaba así, todos se estaban acostumbrando al Refugio; habían encontrado una manera de olvidar lo que había ocurrido y se habían hecho un hogar. Pero su rabia la hacía sentir patética. Hasta su amigo Sri, un indio que había llegado hace dos años al Refugio parecía satisfecho y si él se sentía bien aquí, él, que era inteligente y sensible, entonces algo debía estar mal con ella que no se podía sentir a gusto. Seguido se comparaba así y en ese proceso sin fin se hundía más y más en su desprecio por si misma.
Sri había estudiado biología y tenía un doctorado en botánica por la Universidad de Harvard. Luego había estudiado música y sabía tocar piano y guitarra. Cuando cantaba, Violeta se ponía muy melancólica y no sabía porqué.
- Soy una patética, igual que todo el mundo.
- ¿Por qué dices eso? No te entiendo. No sé qué quieres decir con patética.
- Que doy lástima, vergüenza, por quejarme de algo que ya a nadie le importa. Soy una desadaptada, mala onda, negativa.
- ¿No que los pintores son desadaptados, de todos modos?
- Ja-ja.
- ¿No quieres sentirte desadaptada?
- No. Sí. No sé.