27 noviembre, 2008

un dios absoluto

Estás hecha un saco de preguntas, dijo la Nina, después de una larga plática por skype.

La tarea de empezar desde el principio y revisar todas las ideas que tengo sobre espiritualidad me han dejado así. Talvez el paso a dejar de hacerme preguntas de una vez por todas es inminente, si por fin acepto que no tienen respuesta. Pero lo que quiero hacer es desentrañar la necesidad de creer en algo, y desenmascarar lo que hay detrás del sueño de un dios absoluto, eterno, incuestionable.

Cuando leo sobre cómo los mexicas vivían entregados a la magia divina, a ese poder absoluto de sus dioses, donde no importaba cuánta sangre se derramara en su honor y todo quehacer estaba precedido de una ofrenda, pienso que talvez hubiera sido feliz ahí en ese momento, antes de que llegara Cortéz y acabara con ese orden divino.

Imagino como sería no saber nada de otros mundos, de otras religiones, otros dioses. Nada más con una única manera de relacionarse con la magia, una sola, nada que pensar, nada que yo viera me indicaría que mis dioses no eran los únicos, los verdaderos, los míos y los de toda la gente que me rodea. A lo mejor no era tan así, pero el punto es que eso es lo que una parte en mí cree que sería lo ideal.

Pero bueno, llegó la modernidad y con ella toda la diversidad de creencias, y el fin de lo absoluto. Los dioses se achicaron, se hicieron personales. Talvez comparta mi dios con 100 millones de otros seres humanos, pero en el contexto de toda la humanidad, es como bien chico el grupo como para que ese dios sea... absoluto. A lo mejor estoy de duelo. A lo mejor, tengo que aceptar que los dioses son un sueño, un sueño maravillosamente divino. ¡A lo mejor tengo que soñar sin tapujos!