16 noviembre, 2008

the wreath (o, la corona)


la corona pa'la puerta. como adorno de navidad. azulita, con brillossss...sí. parte del rito, ese, que celebran en estos días. sobre el niño divino. que nos recuerda el amor, infinito. y yo decido creer. en... ese misterio.

Y este blog empieza con la realización de que las necesidades espirituales son reales, y ya sea que vengan de antiguos mecanismos de búsqueda de nuestro cerebro primordial, o que estén enseñadas por la familia o la cultura, no se pueden evitar, ni posponer, ni someter a nuestra razón. Nuestra necesidad de conectarnos, o abrirnos, o entregarnos a algo distinto de uno, es real y se vuelve más imperiosa cuando vemos lo frágiles y vulnerables que somos. Y así es como empezamos a jugar este juego de creer en algo superior, en algo divino. Nos calma, nos da paz. Y cada cual lo hace a su manera personal, y lo armamos con todos los cuentos, dramas, scripts, películas, íconos, conceptos, preceptos, palabras, libros, maestros y ritos de todo tipo. Lo que quiero decir es que hasta ahora, yo había creído esos cuentos, un par al menos, como que eran la única verdad. ¡Y aunque cambié de verdades seguí pensando que eran la única verdad! Una teoría que tengo es que en el camino de lo que llaman lo espiritual, buscando algo que nos calme el vacío, algo ocurre, como un malentendido, en el cual en vez de quedarnos con la paz, nos quedamos sintiéndonos especiales: porque establecemos una conexión con Dios. El sentimiento es tan intenso, tan verdadero, porque de hecho lo es, para uno, que creemos que efectivamente sabemos algo sobre Dios. Y ahí empieza el fanatismo, la separación con los que no creen en el mismo Dios, la distancia entre amigos que debe ser acortada con el proselitismo, con la búsqueda de la conversión del otro a creer en el mismo cuento que uno. Y nos olvidamos que todo era un juego, un truco, una magia para pasar de un estado cerrado a uno abierto, para estar disponible, entregado y con ello ayudar o ayudarnos. La búsqueda del cambio de perspectiva es loable, y cualquier cuento que nos contemos para lograrlo es válido. Con la única salvedad de que no podemos decir que ese cuento, ese truco, esa mentira, es una verdad.

(El paseo para comprar la corona estuvo divertido, en metro al centro de la ciudad, primero al museo de San Ildefonso, construído en 1588 por españoles. Y precisamente había una exposición de pintores españoles, y había un Dalí, dos o tres Picassos, un Miró y unos gallegos olvidables. Creo que es el primer Miró que veo, que realmente veo. Y ver el Dalí fue también por primera vez. Ese fue el que más me gustó. A los que pueden ir, se los recomiendo. http://www.sanildefonso.org.mx/expos/viento/)