Existe otro ejemplo para ilustrar el movimiento de la mente hacia una creencia. Mi primera entrada en este blog habla del miedo a la muerte física y de cómo fue que volví a sentir la necesidad de creer en algo. No podría decir que creo en la existencia de la Virgencita de Guadalupe, pero sí puedo decir que pensando en ella me calmé del gran susto de entonces y me ha calmado de otros menores. Y no creo que esa calma me haya venido de ningún lugar, persona o cosa, mas que de mí misma. En ese momento escribí que el miedo a la muerte era lo que nos lleva hacia una creencia.
Resulta que ahora veo otro detonante, otra circunstancia que por lo familiar creo que debí haber explorado. Cada revelación a su tiempo, parece que voy de lo burdo a lo sutil. Lo que ocurrió hace dos días se había dado en muchos otros momentos pero no había podido aislarlo, verbalizar este mecanismo, debidamente: la vulnerabilidad ante los misterios de la vida, o debiera tal vez decir, ante la vida misma, nos lleva a buscar una creencia.
Me refiero a aquellos momentos en que estando frente a un gran misterio como lo es, por ejemplo, el lenguaje, lo que vemos es un gran abismo desconocido. ¿Estamos hechos, programados, para comunicarnos? ¿Existe en nuestro cerebro un entramado que permite la elaboración de un lenguaje, algo material y localizable en nuestro cuerpo que tiene la función de producir sonidos inteligibles a otros seres de nuestra especie? ¿No es el lenguaje algo que solamente aprendemos de nuestros padres, sino algo que existe en potencia en nuestro cerebro?, ¿cómo puede ser eso?, ¿qué significa?...
Andando por este camino de preguntarse cosas que aún no tienen respuesta ni para los científicos ni para filósofos, y viendo la magnitud de la complejidad y el desconocimiento de nuestra humanidad llegué al punto en que me invadió una conclusión paralizadora: existe un creador, alguien tiene que habernos creado así. Pero en ese mismo momento me di cuenta que yo estaba imponiendo un límite sobre la investigación. Y me dije, ¿pero de dónde salió esta necesidad? Estoy cambiando el tema completamente, primero estoy en un descubrir y resulta que ahora yo digo, ¡yo digo! que existe Dios. What the fuck?! o más bien, qué mierdas, ¿por qué tengo que correr a sacar conclusiones sobre la existencia de un dios, si sólo estoy viendo algo sin límites?
Había sentido miedo, algo se me hacía amenazante por que estaba frente a un abismo. El abismo de lo desconocido, de no saber quién soy, de qué estoy hecha, cómo soy en todo mi potencial. Y se parece a la muerte, solo que es una muerte de nuestra imagen, de quién creemos ser. ¿Soy hija de Dios, o no soy hija de nadie y no tengo idea quién soy? Algo tan fundamental como nuestra identidad se ve amenazada cuando nos atrevemos a mirar de cerca el tema del lenguaje.
Es interesante ver que dependiendo del humor en que estoy voy a correr a agarrarme de una creencia o por el contrario me dejaré maravillar por lo desconocido sin hacer nada con él. Si estoy cansada y me siento amenazada por cualquier factor externo, o deprimida por una baja de mi hormona favorita lo más probable es que corra a buscar refugio en una creencia. A veces pienso que sólo es flojera mental esto de correr a esconderme debajo de una creencia. ¡Hay que hacer un esfuerzo, por la chucha!
La vulnerabilidad ante esta muerte de nuestra identidad también se da en la meditación. Creo que la relación con el maestro espiritual se alimenta de este proceso: el maestro me muestra lo infinito, lo desconocido, el abismo del no saber nada. En esta vulnerabilidad y debido al hábito o adicción a creer en algo que me sostenga en este mundo incierto, el maestro se presenta como el salvador, el que tiene la respuesta, el que me mostrará el camino a la verdad, la verdad de quién soy yo, realmente. En ese camino me perdí dos veces.
Dicen que la tercera es la vencida.